viernes, 18 de mayo de 2012

Ungüento.


No existe algo que pueda designarse como general, ni universal. Hablamos de que somos individuos únicos y libres. Los mismos que estamos sometidos a leyes; leyes que serían obsoletas si tan sólo se inculcara el uso propio de la razón pura sin moralismos, sólo voluntad de cada ente.
Las leyes son un error de la humanidad, sociedad que opta por imposiciones para controlar a los seres dentro de una misma idea.
La barrera entre el actuar de acuerdo a la razón y el actuar por heteronomía, es el enfoque y la prioridad que le damos a lo externo y no al interior. Gastamos tiempo escuchando, viendo, tocando todo lo que nos rodea, mientras nos olvidamos de nosotros. Olvidamos cuál es nuestra verdadera felicidad, sin creencias ni deberes, únicamente felicidad propia. Felicidad propia es por ende i-n-d-i-v-i-d-u-a-l, mientras no requiera de algún agente externo, llámese material o humano. Sino, centrado en el sentir propio, gozando de la naturaleza que está a nuestro alcance y, por el cual,  actuaremos conforme nos dicte la razón para poder obtenerlo. Esto se convierte en algo razonable, cuando el obtenerlo, se percibe como algo factible y no dañino para nuestro bienestar, si fuera así, estaríamos forzando a la ambición más que a la razón.

No quedamos excluidos de los sentimientos, éstos son parte de nuestra naturaleza. Mas bien, la razón es impulsada por el sentido, por aquello que a nuestra perspectiva es lo que nos propicia un equilibrio con la faz donde habitamos.
Cuando se entrega alguna muestra de afecto, no se da para recibirlo de vuelta, esta entrega se hace puramente por el deseo de expresar una parte de nuestro ser hacia el exterior. Por lo tanto, no es dependiente de algo o alguien en especifico.

En fin, después del fallido intento de ungüento al espíritu analítico, lo único seguro es que todo -sin excepción alguna- es subjetivo. Lo único fehaciente es la razón, la cual, en la practica se tergiversa de acuerdo al ente que la lleve a cabo.

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