sábado, 3 de diciembre de 2011

Un Momento

Hubo, un momento, después de una de las peores etapas que pudieron experimentar todas las especies con vida, en que los humanos comprendieron la importancia de entender, antes de crear, antes incluso de saber y de poseer. Cuando la tremenda guerra terminó, más grande que la cifra de millones y millones de asesinados, fue la gran cantidad de miradas perdidas en estado de shock resultado de haber presenciado el espectáculo más cruel en la historia de la vida en la tierra, llegamos a niveles insospechados de fiereza. Al final, como en toda guerra, nunca existió un objetivo y se trató sólo de una especie dividida y con inculcada sed de sangre, enfrentándose a muerte instintivamente, buscando desatar el dolor más prolongado y más inhumano del que cada uno fuera capaz, para demostrar así su superioridad, siendo fieles únicamente a la crueldad, monopolio humano. Pasó de todo, y narrarlo ahora sería algo estúpido. Lo importante es que la especie comenzó a entender entre todo aquel desastre total.

En un momento determinado, como guiados por una genética sabia  y cansada que pegaba de gritos, nos tiramos al piso y miramos hacia arriba por un tiempo prolongado, no buscando respuestas, o alivio, o expiación, fijamos la mirada tan sólo para admirarlo, para por fin captarlo todo en silencio, para darnos cuenta una vez más de lo mínimos que somos y de lo bien resguardados que estamos por el cielo, papel tapiz de nuestros sueños, que pese a todo sigue siendo azul, que todavía dibuja estrellas puntillistas por las noches, y en el cual se siguen creando las nubes, trozos mágicos de algodón que abrazan el agua y cuando lo creen necesario la esparcen al viento, provocando que todo se refresque, se humedezca y genere nueva vida. Vida, lo que le falta a esta tierra agonizante. Entonces cada vez que sucede nos quedamos siempre ahí, todos los sobrevivientes, como maravillados, sentados, de pie, acostados, en silencio, bailando, disfrutando la lluvia, los gruñidos del cielo gris, los relámpagos, como si se tratara de algo extraordinario, algo que sucede cada mil años, algo inalcanzable, la llegada de un dios, incomprensible, algo fuera de este mundo, un espectáculo cósmico, la creación absoluta. Así fue que comenzamos a adorar a la lluvia, y a tratar de organizarnos de nuevo, viviéndola, celebrándola, bebiéndola, nunca más nadie huirá de ella para no llegar húmedo al trabajo, los niños se mojan felices sin temor a las enfermedades. Puedes decir muchas cosas, pensar muchas cosas, hablar muchas cosas, pero sólo puedes entenderlo todo cuando el agua te moja la cabeza, y los pies se te hunden en el lodo, y te vuelves chiquito. De la lluvia somos, a la lluvia vamos.


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